miércoles, 5 de septiembre de 2012

Como está al-Andalus, o bajarse al moro



En la época en la que se desarrolla esta aventura/campaña las tierras de al-Andalus distan mucho de la idílica imagen que se suele tener en mente al mencionar dicho nombre. A mediados del siglo XII, tras el desmoronamiento del Imperio Almorávide (unos alegres fundamentalistas islámicos norteafricanos, para más señas), surgen las llamadas segundas taifas. Una pléyade de pequeños pero ricos reinos musulmanes, tan podridos de pasta como ociosos. Un bocado demasiado suculento para los reinos cristianos del norte, que si bien de dineros siempre andaban escasos, de armas y ganas de usarlas para sacar provecho iban sobrados.  

Así que castellanos y aragoneses, que eran los que más pintaban ya en estas cuestiones, se dedicaron al noble oficio de saquear el sur sin control, ya fuera mediante las famosas parias (algo así como el impuesto revolucionario pero en plan institucional) o mediante divertidas campañas anuales de expolio al enemigo, las algaradas o razias. Para que se hagan ustedes una idea de lo bien que les iba este sistema a los cristianos les daré unos pocos datos.  Alfonso VII, en 1147, se monta tal campaña veraniega que no solo recorre en plan victorioso toda la actual Andalucía, sino que en plan que machote soy conquista en puerto de Almería. El botín fue de auténtico escándalo. Aragoneses y portugueses, que no querían quedarse atrás, en estos años de júbilo reconquistan para la cristiandad las ciudades de Lisboa, Santarem, Tortosa, Teruel… Y de vuelta a Castilla, ya con el rey que se sienta en el trono durante vuestra aventura, Alfonso VIII en 1177 conquista Cuenca y en 1179 firma con Alfonso II de Aragón el Tratado de Cazorla mediante el cual se reparten alegremente los territorios de al-Andalus. Y es que la reconquista parecía cosa hecha.

En estas estaban los alegres cristianos cuando los reyezuelos andalusíes, acogotaditos los pobres, decidieron recurrir a la nueva muchachada fundamentalista del otro lado del Estrecho de Gibraltar, los al-Muwahhidun o almohades. Y es que estos almohades no eran otra cosa que una secta aún más fundamentalista que los almorávides, a los cuales habían derrocado del poder por considerar que se habían relajado en sus costumbres islámicas. Así que los angelitos, después de hacerse con un imperio que dominaba todo el norte de África desde el actual Túnez hasta las costas atlánticas de Marruecos, no dudaron ni un segundo en cruzar el Estrecho para meter en vereda a sus hermanos de fe en al-Andalus (que gustaban del buen vino y las mujeres) y, de paso,  darle a los perros infieles las suyas y las de un pulpo. Y vaya que si lo hicieron. En julio de 1195 el ejército almohade del califa Abu Yusuf Yaqub Al-Mansur, en la villa de Alarcos, le dan un severísimo correctivo a ese tal Alfonso VIII. Tan dura fue la derrota (el mismo rey tuvo que huir a uña de caballo), que Castilla y los demás reinos cristianos vieron retroceder la frontera desde casi los límites de Sierra Morena a la de los tiempos de Alfonso VI, esto es, el valle del Tajo.

Los almohades, una vez asegurada la frontera con los cristianos, se dedicaron en cuerpo y alma a su labor de enseñar a sus díscolos hermanos andalusíes el como debe de vivir un buen musulmán. Y de paso a hacer la vida totalmente imposible a los judíos, que visto el percal decidieron sabiamente huir cagando leches hacia el refugio más cercano, los reinos cristianos del norte. Vamos, una fiesta.


En lo que respecta al juego, las tierras de al-Andalus en 1204 están bajo el control del Imperio Almohade, cuyo actual califa es Muhammad al-Nasir o el Miramamolín. Estas tierras son un territorio que si bien sigue siendo rico y contando con grandiosas ciudades (Sevilla y Córdoba por encima de todas) no es el mejor destino turístico para los cristianos. Los almohades, unas malas bestias de cuidado, han convertido de nuevo la frontera en una zona muy peligrosa. Cada verano tropas de uno y otro lado de la frontera se dedican a sus habituales  campañas de saqueo, por lo que vivir en la frontera es un deporte de riesgo que ríanse ustedes del puenting. La fortaleza de Salvatierra, en manos de la Orden de Calatrava, es la punta de lanza de los cristianos en tierra islámica, y junto con las villas castellanas de la frontera (entre las que se encuentra el Madrid en el que viven los personajes de los jugadores de esta aventura), el punto de partida de las expediciones veraniegas. Los almohades, por su parte, tienen a orillas del río Guadiana la ciudad de Calatrava o Qal´at Rabah, en el camino de Córdoba a Toledo, como base avanzada para defender su territorio y de paso hostigar a los cristianos. En esa enorme tierra de nadie tan solo se atreve a vivir lo mejor de cada casa, por lo que los viajes al sur son un asunto muy, pero que muy peligroso. Porque en esta España mágica del siglo XIII, tal y como pasaba en la nuestra, la convivencia de las tres culturas se hacía, mayormente, a hostias. Advertidos quedan los jugadores. 

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