En la época en la que se desarrolla esta aventura/campaña
las tierras de al-Andalus distan mucho de la idílica imagen que se suele tener
en mente al mencionar dicho nombre. A mediados del siglo XII, tras el
desmoronamiento del Imperio Almorávide (unos alegres fundamentalistas islámicos
norteafricanos, para más señas), surgen las llamadas segundas taifas. Una pléyade
de pequeños pero ricos reinos musulmanes, tan podridos de pasta como ociosos. Un
bocado demasiado suculento para los reinos cristianos del norte, que si bien de
dineros siempre andaban escasos, de armas y ganas de usarlas para sacar
provecho iban sobrados.
Así que castellanos y aragoneses, que eran los que más
pintaban ya en estas cuestiones, se dedicaron al noble oficio de saquear el sur
sin control, ya fuera mediante las famosas parias (algo así como el impuesto
revolucionario pero en plan institucional) o mediante divertidas campañas
anuales de expolio al enemigo, las algaradas o razias. Para que se hagan
ustedes una idea de lo bien que les iba este sistema a los cristianos les daré
unos pocos datos. Alfonso VII, en 1147,
se monta tal campaña veraniega que no solo recorre en plan victorioso toda la
actual Andalucía, sino que en plan que machote soy conquista en puerto de
Almería. El botín fue de auténtico escándalo. Aragoneses y portugueses, que no
querían quedarse atrás, en estos años de júbilo reconquistan para la
cristiandad las ciudades de Lisboa, Santarem, Tortosa, Teruel… Y de vuelta a
Castilla, ya con el rey que se sienta en el trono durante vuestra aventura,
Alfonso VIII en 1177 conquista Cuenca y en 1179 firma con Alfonso II de Aragón
el Tratado de Cazorla mediante el cual se reparten alegremente los territorios
de al-Andalus. Y es que la reconquista parecía cosa hecha.
En estas estaban los alegres cristianos cuando los
reyezuelos andalusíes, acogotaditos los pobres, decidieron recurrir a la nueva
muchachada fundamentalista del otro lado del Estrecho de Gibraltar, los al-Muwahhidun
o almohades. Y es que estos
almohades no eran otra cosa que una secta aún más fundamentalista que los
almorávides, a los cuales habían derrocado del poder por considerar que se habían
relajado en sus costumbres islámicas. Así que los angelitos, después de hacerse
con un imperio que dominaba todo el norte de África desde el actual Túnez hasta
las costas atlánticas de Marruecos, no dudaron ni un segundo en cruzar el
Estrecho para meter en vereda a sus hermanos de fe en al-Andalus (que gustaban
del buen vino y las mujeres) y, de paso, darle a los perros infieles las suyas y las de
un pulpo. Y vaya que si lo hicieron. En julio de 1195 el ejército almohade del califa
Abu Yusuf Yaqub Al-Mansur, en la villa de Alarcos, le dan un severísimo
correctivo a ese tal Alfonso VIII. Tan dura fue la derrota (el mismo rey tuvo
que huir a uña de caballo), que Castilla y los demás reinos cristianos vieron
retroceder la frontera desde casi los límites de Sierra Morena a la de los
tiempos de Alfonso VI, esto es, el valle del Tajo.
Los almohades, una vez asegurada la frontera con los
cristianos, se dedicaron en cuerpo y alma a su labor de enseñar a sus díscolos
hermanos andalusíes el como debe de vivir un buen musulmán. Y de paso a hacer
la vida totalmente imposible a los judíos, que visto el percal decidieron
sabiamente huir cagando leches hacia el refugio más cercano, los reinos
cristianos del norte. Vamos, una fiesta.
En lo que respecta al juego, las tierras de al-Andalus en
1204 están bajo el control del Imperio Almohade, cuyo actual califa es Muhammad
al-Nasir o el Miramamolín. Estas tierras son un territorio que si bien sigue
siendo rico y contando con grandiosas ciudades (Sevilla y Córdoba por encima de
todas) no es el mejor destino turístico para los cristianos. Los almohades,
unas malas bestias de cuidado, han convertido de nuevo la frontera en una zona
muy peligrosa. Cada verano tropas de uno y otro lado de la frontera se dedican
a sus habituales campañas de saqueo, por
lo que vivir en la frontera es un deporte de riesgo que ríanse ustedes del
puenting. La fortaleza de Salvatierra, en manos de la Orden de Calatrava, es la
punta de lanza de los cristianos en tierra islámica, y junto con las villas
castellanas de la frontera (entre las que se encuentra el Madrid en el que
viven los personajes de los jugadores de esta aventura), el punto de partida de
las expediciones veraniegas. Los almohades, por su parte, tienen a orillas del
río Guadiana la ciudad de Calatrava o Qal´at
Rabah, en el camino de Córdoba a Toledo, como base avanzada para defender
su territorio y de paso hostigar a los cristianos. En esa enorme tierra de
nadie tan solo se atreve a vivir lo mejor de cada casa, por lo que los viajes
al sur son un asunto muy, pero que muy peligroso. Porque en esta España mágica del siglo XIII, tal y como pasaba en la nuestra, la convivencia de las tres culturas se hacía, mayormente, a hostias. Advertidos quedan los
jugadores.
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