martes, 2 de octubre de 2012

Los Cinco Reinos. Castilla


Para terminar por ahora con esta serie de entradas dedicadas a la España de comienzos del siglo XIII, de forma que los jugadores y los accidentales visitantes de esta bitácora puedan hacerse una idea general del periodo que sirve de escenario a esta aventura-campaña de Aquelarre, le llega el turno a Castilla, reino en el que viven los personajes de esta historia. El reino de Castilla estuvo gobernado por Alfonso VIII durante largos cincuenta y seis años (se sentó en el trono en 1158 y no lo dejará hasta el día de su muerte, el 6 de octubre de 1214). El rey castellano, llegado al trono siendo un niño y apodado por sus contemporáneos como el Bueno y el Noble, llevó a cabo de todo su reinado una política de permanente expansión de sus fronteras a costa de sus reinos vecinos, ya fueran cristianos o musulmanes. Hablando en román paladino, como todo buen rey cristiano que se precie, Alfonso VIII dedicó todas sus energías a matar moros y tener hijos. Tras sus grandes éxitos iniciales, como la conquista de Cuenca, y el permanente conflicto con León durante la década de los ochenta, mediada la década de los noventa la amenaza almohade se cierne sobre su reino. Para conjurar dicha amenaza Alfonso VIII opta por una doble estrategia. Por un lado inicia la construcción en la frontera de una ciudad amurallada que habría de servirle de capital y bastión defensivo frente al Islam, Alarcos, y a la vez organiza una campaña de devastación y saqueo sobre Al-Andalus. El califa almohade, Abu Yusuf responde invadiendo la península con un gran ejército que finalmente en 1195 derrotaría de forma aplastante a los castellanos y destruiría la aún no finalizada ciudad fortificada de Alarcos. Tan clara fue la victoria almohade que el mismo rey tuvo que huir a uña de caballo para no perder en el envite la corona y la cabeza que la sujeta. Esta derrota diezmó la nobleza guerrera castellana y dejó el reino a merced de sus vecinos.  

Un años después de la derrota Alfonso IX de León se aliará con el califa almohade y atacará de forma coaligada a los castellanos. En primera instancia de no ser por la amistad de Alfonso VIII con su primo Pedro II de Aragón, y el apoyo efectivo de este, posiblemente Castilla habría sucumbido a sus enemigos.  La fortuna volvió a sonreír una vez más a Alfonso VIII ya que el Papa Celestino III sancionó con la excomunión al monarca leonés (asunto este que en la época tenía mucha importancia, no solo porque te cerraba las puertas del cielo, sino porque se las cerraba a todos tus súbditos, y como que el pueblo se lo podía tomar a mal y después pasarte la factura), forzando así a Alfonso IX a firmar treguas con el castellano en un equilibrio que, si bien precario, le dio tiempo para afrontar la siguiente amenaza que había surgido tras la rota de Alarcos.

Sancho VII de Navarra, el Fuerte, pese al apoyo dado a Castilla en las jornadas previas a Alarcos, en cuanto se produjo la derrota castellana, buscó al igual que el leones la alianza con los almohades e inició una serie de ofensivas sobre territorio castellano arrasando a su paso tierras de Soria y La Rioja. Alfonso VIII, en 1198 y una vez conjurado los peligros almohade y leonés mediante treguas, firma con Pedro II el Tratado de Calatayud por el que se repartían entre ambos el reino de Navarra en caso de poder conquistarlo. La ofensiva de los aliados fue casi inmediata, avanzando Alfonso VIII sobre Álava y poniendo cerco a Vitoria. Tras sólo dos años de campaña la guerra se decantará del lado de Castilla, que se anexionará los señoríos de Álava y Guipúzcoa.

Ya en el año 1204 en el que comienza la aventura, con las fronteras peninsulares a salvo, Alfonso VIII se prepara para lanzarse a una última aventura en 1205, en Gascuña, en defensa de los intereses de su esposa Leonor, que había recibido señorías en la zona. Porque resulta que la fiel y sufrida esposa de Alfonso VIII no era otra que la hija de Leonor de Aquitania, que amén de dotar a su niña como Dios manda, todo sea dicho de paso tenía un gran aprecio por su yerno castellano (una de las muchas razones que nos llevan a concluir que lo de Raquel la “fermosa”, la judía de Toledo con la que, según ese chismoso de Alfonso X tuvo amoríos su abuelo, no es más que una leyenda sin ninguna credibilidad). Y todo ello sin olvidar la frontera sur, que gracias a la espectacular toma de la fortaleza de Salvatierra en 1198, auténtico espolón dentro de territorio almohade, volvía a ser espoleada por tropas castellanas. A resultas de todo esto Castilla, a ocho años vista de la jornada de las Navas, volvía a contar con todo su poder para afrontar su mayor reto.

En el 1204 que comienza esta aventura el reino de Castilla vive un momento de relativa calma y en paz con sus vecinos. Mientras en las montañas cántabras y en el valle de Duero, en ciudades como Ávila, Segovia, o Burgos (de la que podría decirse que era la capital del reino) los grandes señores dominan la tierra; en la frontera sur, en las zonas que antaño los musulmanes llamaron la Marca Media (valle del Tajo y la tierra de nadie que son las llanuras de La Mancha), son las villas de la frontera como Toledo, Plasencia o la villa de Madrid con sus milicias concejiles y los valerosos colonos los que defienden el territorio frente a las incursiones almohades. Zona peligrosa la frontera y sus villas, fortalezas y ciudades, como la ya mencionada villa de Madrid, con sus algo menos de 3000 vecinos, lugar donde viven y se ganan los maravedises nuestros protagonistas.
                





lunes, 1 de octubre de 2012

Los Cinco Reinos. Aragón


Se puede considerar que aunque aún no ha comenzado su expansión mediterránea (para eso tiene que llegar Jaime I el Conquistador) por su peso en la política de la época específico y su extensión territorial, Aragón es a comienzos del siglo XIII el segundo reino de la península en importancia. Durante estos años que nos ocupan Aragón estuvo gobernado por Pedro II, conocido como el Católico. Titular de los condados catalanes, la política de Pedro II se dividió entre la atención al enemigo islámico del sur, tradicional de todos los reyes españoles, muy dados a escabechar a la morisma, y sus intereses transpirenaicos con vistas a anexionarse los territorios occitanos, sobre los que tenía derechos dinásticos. Vamos, que por ambición que no falte.

Por estas cosas de la legítima ambición de todo rey medieval que se precie, el reinado de Pedro II, siempre fiel aliado y amigo de su primo Alfonso VIII, se vio marcado por la compleja política exterior que se vio obligado a realizar. Nada más lejos de la realidad. El rey aragonés, con unos recursos humanos limitados, y una economía en perpetua bancarrota por culpa de su propia nobleza tanto aragonesa como catalana (que de siempre han gastado más de lo que ganan y puestos a pagar impuestos como que verdes las hemos segado; y es que nada hay como la historia para darnos cuenta que no brilla nada nuevo bajo el sol), se vió en la obligación de defender dos frentes al mismo tiempo. Por un lado, al sur, el poder almohade hacía casi imposible ningún avance sobre la apetecible ciudad de Valencia. A su vez, tras arrebatárselas a los almorávides, los almohades convirtieron las Islas Baleares como base de operaciones para acosar constantemente las costas catalanas. Aún y con todo ello Pedro II pudo tomar recuperar una serie de pequeñas posiciones avanzadas (Mora de Rubielos en 1198, Manzanera en 1202, Rubielos de Mora en 1203) que años más tarde emplearía su sucesor Jaime I para impulsar la definitiva reconquista de el reino de Valencia. Esto demuestra que el aragonés no estaba equivocado. Por si fuera poco su fiel alianza con Alfonso VIII serán indispensable para ayudar a conjurar de forma definitiva el peligro islámico, puesto que el reino de Aragón y los condados catalanes, por si solos, nada habrían podido hacer para frenar al poderoso Imperio Almohade.


En cuanto a las ambiciones occitanas de Pedro II, estas fueron las que realmente resultaron perniciosas para los intereses catalano-aragoneses. Los territorios occitanos vivían una convulsa situación religiosa por culpa de la herejía cátara, y por si fuera poco, el siempre ambicioso monarca francés se aprovechaba de esto para tratar de agrandar aún más su ya de por sí poderoso reino. La defensa de estos territorios supuso una sangría que agotó las fuerzas aragonesas durante décadas. Como ejemplo más claro de este altísimo coste tenemos la muerte del mismo monarca Pedro II en la batalla de Muret frente a los cruzados franceses, tan solo un año después de su participación en las Navas. Pero esto es historia futura, y quien sabe si en esta España mágica todos estos acontecimientos llegarán a a suceder o no. Los Hados o los Dados lo dirán.


A nivel de juego, que es lo que a los protagonistas de esta aventura-campaña más les interesará, para Aragón el año 1204 es un año de celebraciones. Independientemente de la perpetua bancarrota de la corona, este mismo año se celebraron las nupcias del rey con maría de Montpellier. Y en noviembre el Papa Inocencio III coronará a Pedro II en el monasterio de San Pancracio en Roma. Por esto y por las buenas relaciones entre Castilla y Aragón, este es tierra amiga para los protagonistas de nuestra aventura. Los lugares que más interesantes pueden ser para nuestros aventureros son Zaragoza, cuyo palacio-fortaleza de la Aljafería es la residencia de los reyes de Aragón, una de las mayores ciudades cristianas de la época, en la cual puede encontrarse desde la flor y nata de la nobleza aragonesa a la más peligrosa chusma almogávar. Y el bullicioso puerto de Barcelona que es un gran lugar para partir hacia las tierras levantinas y sus riquezas. Como ha quedado claro Aragón es un buen lugar para encontrar fortuna excepto para nuestro buen Ramiro Ros, el joven almogávar que ya presentaré más adelante, que si quiere mantener la cabeza sobre los hombros más le vale no poner un pié en territorio aragonés, donde se pagan unos buenos morabatines por verle más muerto que vivo. Para nuestra judía Judith bat Abner el reino aragonés no solo es una tierra con una importante presencia judía (la aljama de Zaragoza tenía una población de más de 1000 judíos), sino que los contactos de su difunto esposo con la comunidad hebrea de Zaragoza hacen de esta una vital fuente de ingresos.