Para terminar por ahora con esta
serie de entradas dedicadas a la España de comienzos del siglo XIII, de forma
que los jugadores y los accidentales visitantes de esta bitácora puedan hacerse
una idea general del periodo que sirve de escenario a esta aventura-campaña de Aquelarre,
le llega el turno a Castilla, reino en el que viven los personajes de esta
historia. El reino de Castilla estuvo gobernado por Alfonso VIII durante largos
cincuenta y seis años (se sentó en el trono en 1158 y no lo dejará hasta el día
de su muerte, el 6 de octubre de 1214). El rey castellano, llegado al trono
siendo un niño y apodado por sus contemporáneos como el Bueno y el Noble, llevó
a cabo de todo su reinado una política de permanente expansión de sus fronteras
a costa de sus reinos vecinos, ya fueran cristianos o musulmanes. Hablando en
román paladino, como todo buen rey cristiano que se precie, Alfonso VIII dedicó
todas sus energías a matar moros y tener hijos. Tras sus grandes éxitos
iniciales, como la conquista de Cuenca, y el permanente conflicto con León
durante la década de los ochenta, mediada la década de los noventa la amenaza
almohade se cierne sobre su reino. Para conjurar dicha amenaza Alfonso VIII
opta por una doble estrategia. Por un lado inicia la construcción en la
frontera de una ciudad amurallada que habría de servirle de capital y bastión
defensivo frente al Islam, Alarcos, y a la vez organiza una campaña de
devastación y saqueo sobre Al-Andalus. El califa almohade, Abu Yusuf responde
invadiendo la península con un gran ejército que finalmente en 1195 derrotaría de
forma aplastante a los castellanos y destruiría la aún no finalizada ciudad
fortificada de Alarcos. Tan clara fue la victoria almohade que el mismo rey
tuvo que huir a uña de caballo para no perder en el envite la corona y la
cabeza que la sujeta. Esta derrota diezmó la nobleza guerrera castellana y dejó
el reino a merced de sus vecinos.
Un años después de la derrota
Alfonso IX de León se aliará con el califa almohade y atacará de forma
coaligada a los castellanos. En primera instancia de no ser por la amistad de
Alfonso VIII con su primo Pedro II de Aragón, y el apoyo efectivo de este, posiblemente
Castilla habría sucumbido a sus enemigos. La fortuna volvió a sonreír una
vez más a Alfonso VIII ya que el Papa Celestino III sancionó con la excomunión
al monarca leonés (asunto este que en la época tenía mucha importancia, no solo
porque te cerraba las puertas del cielo, sino porque se las cerraba a todos tus
súbditos, y como que el pueblo se lo podía tomar a mal y después pasarte la
factura), forzando así a Alfonso IX a firmar treguas con el castellano en un
equilibrio que, si bien precario, le dio tiempo para afrontar la siguiente
amenaza que había surgido tras la rota de Alarcos.
Sancho VII de Navarra, el Fuerte,
pese al apoyo dado a Castilla en las jornadas previas a Alarcos, en cuanto se
produjo la derrota castellana, buscó al igual que el leones la alianza con los
almohades e inició una serie de ofensivas sobre territorio castellano arrasando
a su paso tierras de Soria y La Rioja. Alfonso VIII, en 1198 y una vez
conjurado los peligros almohade y leonés mediante treguas, firma con Pedro II
el Tratado de Calatayud por el que se repartían entre ambos el reino de Navarra
en caso de poder conquistarlo. La ofensiva de los aliados fue casi inmediata,
avanzando Alfonso VIII sobre Álava y poniendo cerco a Vitoria. Tras sólo dos
años de campaña la guerra se decantará del lado de Castilla, que se anexionará
los señoríos de Álava y Guipúzcoa.
Ya en el año 1204 en el que
comienza la aventura, con las fronteras peninsulares a salvo, Alfonso VIII se prepara
para lanzarse a una última aventura en 1205, en Gascuña, en defensa de los
intereses de su esposa Leonor, que había recibido señorías en la zona. Porque resulta que la fiel y sufrida esposa de Alfonso
VIII no era otra que la hija de Leonor de Aquitania, que amén de dotar a su
niña como Dios manda, todo sea dicho de paso tenía un gran aprecio por su yerno
castellano (una de las muchas razones que nos llevan a concluir que lo de
Raquel la “fermosa”, la judía de Toledo con la que, según ese chismoso de
Alfonso X tuvo amoríos su abuelo, no es más que una leyenda sin ninguna
credibilidad). Y todo
ello sin olvidar la frontera sur, que gracias a la espectacular toma de la
fortaleza de Salvatierra en 1198, auténtico espolón dentro de territorio
almohade, volvía a ser espoleada por tropas castellanas. A resultas de todo
esto Castilla, a ocho años vista de la jornada de las Navas, volvía a contar
con todo su poder para afrontar su mayor reto.
En el 1204 que comienza esta
aventura el reino de Castilla vive un momento de relativa calma y en paz con
sus vecinos. Mientras en las montañas cántabras y en el valle de Duero, en ciudades como Ávila, Segovia, o Burgos (de la que podría decirse que era la capital del reino) los
grandes señores dominan la tierra; en la frontera sur, en las zonas que antaño
los musulmanes llamaron la Marca Media (valle del Tajo y la tierra de nadie que
son las llanuras de La Mancha), son las villas de la frontera como Toledo, Plasencia o la villa de Madrid con sus milicias
concejiles y los valerosos colonos los que defienden el territorio frente a las
incursiones almohades. Zona peligrosa la frontera y sus villas, fortalezas y ciudades, como la ya mencionada villa de Madrid, con sus algo menos de 3000 vecinos, lugar donde viven y se ganan los
maravedises nuestros protagonistas.