Se puede considerar que aunque
aún no ha comenzado su expansión mediterránea (para eso tiene que llegar Jaime
I el Conquistador) por su peso en la política de la época específico y su
extensión territorial, Aragón es a comienzos del siglo XIII el segundo reino de
la península en importancia. Durante estos años que nos ocupan Aragón estuvo
gobernado por Pedro II, conocido como el Católico. Titular de los condados
catalanes, la política de Pedro II se dividió entre la atención al enemigo
islámico del sur, tradicional de todos los reyes españoles, muy dados a
escabechar a la morisma, y sus intereses transpirenaicos con vistas a
anexionarse los territorios occitanos, sobre los que tenía derechos dinásticos. Vamos, que por ambición que no falte.
Por estas cosas de la legítima ambición de todo rey medieval que se precie, el reinado de Pedro II, siempre fiel aliado y amigo de su primo Alfonso VIII, se vio marcado por la compleja política exterior que se vio obligado a realizar. Nada más lejos de la realidad. El rey aragonés, con unos recursos humanos limitados, y una economía en perpetua bancarrota por culpa de su propia nobleza tanto aragonesa como catalana (que de siempre han gastado más de lo que ganan y puestos a pagar impuestos como que verdes las hemos segado; y es que nada hay como la historia para darnos cuenta que no brilla nada nuevo bajo el sol), se vió en la obligación de defender dos frentes al mismo tiempo. Por un lado, al sur, el poder almohade hacía casi imposible ningún avance sobre la apetecible ciudad de Valencia. A su vez, tras arrebatárselas a los almorávides, los almohades convirtieron las Islas Baleares como base de operaciones para acosar constantemente las costas catalanas. Aún y con todo ello Pedro II pudo tomar recuperar una serie de pequeñas posiciones avanzadas (Mora de Rubielos en 1198, Manzanera en 1202, Rubielos de Mora en 1203) que años más tarde emplearía su sucesor Jaime I para impulsar la definitiva reconquista de el reino de Valencia. Esto demuestra que el aragonés no estaba equivocado. Por si fuera poco su fiel alianza con Alfonso VIII serán indispensable para ayudar a conjurar de forma definitiva el peligro islámico, puesto que el reino de Aragón y los condados catalanes, por si solos, nada habrían podido hacer para frenar al poderoso Imperio Almohade.
En cuanto a las ambiciones occitanas de Pedro II, estas fueron las que realmente resultaron perniciosas para los intereses catalano-aragoneses. Los territorios occitanos vivían una convulsa situación religiosa por culpa de la herejía cátara, y por si fuera poco, el siempre ambicioso monarca francés se aprovechaba de esto para tratar de agrandar aún más su ya de por sí poderoso reino. La defensa de estos territorios supuso una sangría que agotó las fuerzas aragonesas durante décadas. Como ejemplo más claro de este altísimo coste tenemos la muerte del mismo monarca Pedro II en la batalla de Muret frente a los cruzados franceses, tan solo un año después de su participación en las Navas. Pero esto es historia futura, y quien sabe si en esta España mágica todos estos acontecimientos llegarán a a suceder o no. Los Hados o los Dados lo dirán.
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